Brevísimo recuento histórico de las luchas por la defensa territorial y contra el extractivismo en venezuela

Por: José Ángel Quintero Weir

No. 1 Revista Territorios Comunes

 

 

Especialmente dedicado a la memoria

de Marcos Portillo y Marcos Bracho.

 

Al viejo Marcos Bracho lo conocí por intermedio de Marcos Portillo, un ferviente defensor de la tierra y toda su ecología. En algún momento, hace algunos años, alguien me dijo que Marcos Portillo había muerto por allá por Barinas y, en verdad, aún hoy no lo creo, pues, se trataba de un hombre joven y jovial, de un entusiasmo contagiante que, ciertamente, a cualquiera terminaba por convertir en militante defensor de la naturaleza y la ecología.

En todo caso, conocí al viejo Marcos Bracho más o menos a comienzos de los años 80, y él se dedicó a contarme la historia de los últimos 70 años del que ahora todos llamamos Lago de Maracaibo; porque siendo niño -me contaba- él presenció la llegada de los primeros grandes barcos tanqueros a cargar petróleo que fluía de los pozos abiertos como venas en Cabimas y Lagunillas.

Pero él se iba atrás en su relato, porque necesitaba decirme que nunca fue desconocido a los “paraujanos” (añuu) la existencia del mene que fluía desde el fondo del lago en algunos puntos de su geografía; de hecho, todos los añuu hacían uso de él como elemento fundamental para calafatear sus embarcaciones, esto es, reparar sus fondeaduras o impermeabilizarlas contra la acción del agua salada del mar; esto, aparte de su predilecto uso para humear y espantar la plaga en tiempos de sequía, o simplemente, para encender hogueras o iluminar en la noche casas y barcazas durante la pesca.

Vale decir, el poder del “petróleo” nunca fue un descubrimiento original de lo que hoy todos dan por hecho, se trata de un saber propio de las “naciones avanzadas” o “modernas”. No. Cientos, tal vez, un millar de años antes, todos los añuu (Paraujanos), no sólo conocían al elemento que vivía bajo la tierra del fondo del Lago, sino que muy bien conocían el poder energético de su combustión; por lo que, muy a pesar de su aspecto barroso que lo aproxima a la naturaleza de la tierra (me-) es capaz de mostrar un espíritu y una energía propia (-ein-), allí (-nee) donde se manifiesta su presencia. De allí su nombre: me’enee, que en términos del sentipensar añuu no es más que la manifestación efectiva del espíritu del lugar de la tierra por donde escapa o se libera su espíritu, o, donde el espíritu de la tierra no es posible de contener.

Así, lo que para occidente no ha sido algo más que un “recurso energético” capaz de poner en movimiento su maquinaria tecnológica, para los añuu, como me’enee; pero también para los barí como ñankúa, eso que llaman petróleo, energía fósil o energético de la modernidad, no es sino una comunidad que vive bajo la tierra y que, como todo ser vivo, necesita de un respiradero para su coexistencia con las otras comunidades de seres que habitan el mundo; por tanto, en el momento en que los ayouna, labagdó o alíjunas decidieron sacarlo de su lugar de habitación: el fondo de la tierra, todo se transformó para mal del mundo de todas las comunidades de seres que lo habitan porque, ¿a quién le parece bien que algún extraño llegué a expulsarlo de su territorio ancestral?

Ahora que, hablando con propiedad, no era de eso de lo que me hablaba el viejo pescador añuu Marcos Bracho, aunque todo eso estaba implícito en la memoria de su decir, pues, nunca dejó de comparar el tiempo en que él podía navegar una piragua en las noches más oscuras, sin brújula ni compás porque, a fin de cuentas, el Lago era un inmenso espejo donde las estrellas, desde el cielo, marcaban su rumbo sino que, sobre todo, insistía en hablar de todos los peces que abundaban en el lago, y de sus técnicas de captura; es decir, ya para esa fecha la gran preocupación de los añuu era la desaparición de especies y el cambio de los ciclos de reproducción de las mismas, tanto en el lago de Maracaibo como en la Laguna de Sinamaica y los ríos afluentes a esos espejos.

Pero, lo que siempre me dejó muy en claro el viejo Marcos fue el hecho de que, desde su perspectiva de ver la historia y, en consonancia con cualquier exigencia de periodicidad (propia de los historiadores), su referente no era otro que la relación entre el parto de las tiburonas y la entrada del primer tanquero petrolero a las aguas del Lago de Maracaibo.

Me explico. Este inmenso espacio de agua (casi un mar interior), que actualmente tiene unos 12 mil kilómetros cuadrados de agua dulce[1] que, anteriormente, lograba su equilibrio de manera natural por la continua caída de aguas dulces de ríos provenientes de la Sierra de Perijá y la Cordillera de los Andes; todos ellos, con corrientes en dirección Sur-Norte, esto es, buscando la salida al mar; pero, el hecho es que el mar penetra por la bahía creada entre la Península de La Guajira y la Península de Paraguana formando una especie de embudo que muestran al mar intentando penetrar al interior del Lago. Este fenómeno ocurría exactamente frente a la hoy llamada isla de Zapara, pero que tanto en lengua añuu como wayuu, su verdadera toponimia es: Asaaparaa, esto es, “bebe el mar”; “el mar calma su sed”; porque, efectivamente, las corrientes de agua dulce contenían a las aguas del mar en esa angosta y poco profunda boca de entrada al Lago interior de Maracaibo.

Pero, las tiburonas, muy bien que sabían del movimiento de las mareas y, por ello, al momento de parir (tal como debe hacer toda mujer que va a ser madre), buscan espacios de aguas tranquilas para su trabajo de parto y, para las tiburonas de la costa Caribe de Venezuela las aguas dulces del lago de Maracaibo les ofrecían esa tranquilidad, pero también, la ausencia de depredadores capaces de atacar a sus recién nacidas crías. Así, el tiempo de parir las tiburonas (siempre acompañadas de sus machos), los añuu -sigue contando Marcos Bracho- preparaban redes especialmente tejidas al efecto, pues, un ejemplar de estos, por muy pequeño que sea, es capaz de romper con sus dientes una red normal; por ello, para capturar tiburones los añuu tejían redes de hasta cuatro hilos, pues, un tiburón macho puede tener hasta tres hileras de filosos dientes en cada mandíbula. Es de señalar, que si bien se aprovechaba el tiempo del parto de las tiburonas, toda hembra capturada debía ser soltada y sólo sus machos recién nacidos[2] o adultos podían ser llevados a la barca.

Tal era, pues, un tiempo de pesca excepcional para los hombres de agua en el Lago de Maracaibo; por ello, me dijo Marcos Bracho, en 1908, cuando el gobierno del llamado “benemérito” General Juan Vicente Gómez entregó las aguas del Lago a empresas petroleras inglesas y holandesas para la búsqueda, extracción y explotación del me’enee que, ya sabíamos, vivía bajo la tierra del fondo de las aguas del Lago, la permanente entrada y salida de barcos cargadores de petróleo, definitivamente alteró la vida de las tiburonas y, en consecuencia, de todos los añuu.

La ambición -decía Marcos- abrió las agallas de las empresas y del Gobierno; por lo que la estrecha garganta del Lago al norte de la isla de Asaaparaa se convirtió en obstáculo y por eso, debía ser eliminado, pues, lo quisieran o no, eran las aguas y las mareas las que controlaban la entrada y salida de los tanqueros. Entonces, las mismas compañías financiaron la creación de lo que posteriormente fue convertido en el llamado: Instituto Nacional de Canalizaciones, algo así como una empresa estatal encargada de crear (diariamente) el espacio de circulación de los tanqueros petroleros que con banderas de cualquier país del mundo, llegan a surtirse de petróleo en el embarcadero ubicado en la costa oriental del Lago.

Así, los trabajos de dragado a los que se dedica este Instituto estatal, comienzan a operar a fines de los años 50 y, hoy por hoy, son vitales a la industria petrolera, pues, de su labor depende la creación artificial de una profundidad capaz de hacer posible el ingreso y salida de grandes tanqueros petroleros que exigen no menos de 28 metros de profundidad, sobre todo, cuando ya vienen cargados de barriles de petróleo buscando salir al mar. Es por eso que, Marcos Bracho decía que: “el día que entró un tanquero a buscar petróleo en un puerto de Cabimas, ese mismo día, dejaron de parir las tiburonas en el Lago”.

Pero además, el lago fue cuadriculado en secciones imaginarias entregadas por el Estado-gobierno a empresas extranjeras que, entre otras cosas, exigen garantías al Estado venezolano obligado a proteger las actividades de exploración y explotación petrolera como parte del acuerdo comercial; de tal manera que, en ese momento (y hoy día), a ningún añuu le está permitido pescar en las inmediaciones de una plataforma petrolera, a riesgo de ser apresados por violación del espacio territorial de la empresa y del Estado. De tal manera, pues, la entrega total de los espacios de agua del Lago despojó territorialmente a los añuu, pues, un espacio sólo es considerado como parte del territorio por una comunidad, sí y sólo sí, el mismo alcanza a poseer una significación material y simbólica para la comunidad.

A esto debemos sumarle que para los años 1970, el Estado venezolano, impulsa la construcción del Complejo Petroquímico de “El Tablazo”. Toda una plataforma industrial para la producción de urea, plásticos, nylon y demás derivados del petróleo justamente en el espacio sobre el que se aposentaban durante su temporada de veraneo los patos yaguasos (aroona, en lengua añuu), que no es más que el pato silvestre que viaja en grandes bandadas desde el Canadá, hacia las regiones tropicales de Centro América y América del Sur y que, en la cuenca del Lago de Maracaibo, tenían varios puntos de estación como lo eran: Gran Eneal (bien al norte de la Laguna de Sinamaica); una zona que actualmente todos llaman “El Arroyo” pero que antiguamente los añuu denominaban Wanana; hoy día hay un poblado palafítico en ese lugar pero los antiguos se desplazaron de allí hasta la actual Laguna de Sinamaica o Waruchakarü (en lengua), y, finalmente, en el costado oriental del Lago de Maracaibo en lo que aún se llama Ciénega de Los Olivitos. Por si fuera poco, la Petroquímica en su primera década de funcionamiento utilizaba como elemento químico de sus procesos, el mercurio, que luego desechaban lanzándolo al Lago y luego, al comenzar a percibir sus daños a las poblaciones humanas, justo al lado de la Ciénega de Los Olivitos, la empresa construyó una piscina de aguas desechadas que, ciertamente, contenía mercurio entre sus desechos.

El viejo Marcos Bracho me explicó muy bien que la Lisa, especie piscícola muy abundante del Lago, es fuertemente atraída por el brillo del mercurio, por lo que fue el mayor consumidor de los desechos de El Tablazo; pero, igualmente, la Lisa era un pez de muy alto consumo familiar entre la población añuu pero también de los criollos de la región, pues, es capaz de generar una buena cantidad de carne aún siendo de poco tamaño. La cuestión es que el consumo de Lisa comenzó a drenar el mercurio a las poblaciones humanas y, ciertamente, la Petroquímica del Estado dejó de usar el mercurio, pero ya antes había liquidado a la comunidad de “El Hornito”, población de pescadores añuu y no añuu que terminó siendo desplazada, eso sí, a una “urbanización” con casas muy bonitas pero donde la comunidad perdía su propia organización social y familiar. Sin embargo, los efectos del mercurio sólo podrán desaparecer luego de la desaparición de muchas de sus generaciones si es que no desaparecen totalmente y los efectos permanecen; de hecho, esta región es la que registra los más altos índices de niños con el síndrome de anaencefalia, esto es, nonatos que en su proceso de gestación vienen sin cuerpo craneal y, por tanto, su cerebro se desparrama al momento de nacer[3].

Por supuesto, en la actualidad, tal deformación congénita es detectada antes del parto y la madre es de inmediato sometida al aborto, pero también, a su esterilización definitiva, pues, es portadora de la anomalía generada por la industria petrolera y petroquímica que, además, le hacen sentir como si fuera un defecto generado por su propia cultura. Hablamos de jóvenes madres entre los 17 y los 21 años cuyas trompas de Falopio son extirpadas para imposibilitar su gestación, pues, es casi seguro que cualquier gestación en ellas vendrá con defectos congénitos que nadie les explica, pues, los médicos tienen prohibido señalar causas y sólo quedan marcadas mediante una numeración específica.

Así, pues, la Petroquímica, ofrecida como parte de nuestro despegue hacia el desarrollo y, por supuesto, como paso del Tercer al Primer Mundo, pues era la empresa que dotaba a nuestra incesante explotación petrolera de lo que economistas de derecha y de izquierda llaman: “Valor Agregado” pero que, el único agregado, que los de derecha o de izquierda invisibilizan son las madres jóvenes añuu, o habitantes de las costa oriental del Lago, infértiles, liquidadas en su madre y, una población ya no sólo culturalmente, sino genéticamente, en vías de extinción.

Pero la tragedia de los añuu continúa, pues, en los años de 1980, el interés por el subsuelo territorial indígena en la cuenca del Lago de Maracaibo se traslada hacia lo que, ciertamente, constituye el final (un wayuu me dijo que más bien era el comienzo) de la Cordillera de Los Andes, pues, el Estado venezolano decide iniciar la explotación de dos minas de carbón mineral en la región del río Guasare (Wasaalee, en wayuunaiki), porque ciertamente se trata del lugar donde los wayuu se dirigían en tiempos de sequía a suplir sus necesidades de agua en el río que marca el final (o principio) de la cordillera andina en Venezuela. Mara era un municipio realmente autosuficiente, hoy día, es uno de los municipios más pobres de todo el continente.

La cosa afecta a los añuu, porque la Laguna de Sinamaica, que resulta de las corrientes del río Wasaalee que, aguas abajo es alimentado por otros afluentes que terminaron por conducir a los criollos a cambiar su nombre por río Limón, es la corriente de agua que forma a la Laguna y al mismo Lago de Maracaibo, y en el momento que se inician los trabajos en la llamada Mina Norte y la Mina Paso Diablo (las dos grandes minas de carbón del país), las condiciones ecológicas y ambientales de la Laguna de Sinamaica cambian radicalmente[4].

Pero, en honor a la verdad, los añuu, como pueblo, nunca han podido vincular esta explotación minera a su actual condición en la que ningún pescador está seguro de los ciclos del tiempo, que antes sabían muy bien calcular. Sólo por mencionar un elemento de este cálculo, todo añuu pescador sabía con precisión cuando venían y se iban las lluvias; esto resulta imposible en la actualidad, pues, en este momento, es decir, justo ahora cuando escribo, arribamos a casi siete años sin lluvias, luego de vivir las más torrenciales lluvias en los años 2010 y 2011 que provocaron las más grandes inundaciones que casi hacen desaparecer a la Laguna y a sus pobladores añuu.

En fin, podemos decir, que de todos los pueblos indígenas habitantes de la cuenca del lago de Maracaibo, los añuu, junto a los Sapreria, son los pueblos que hoy por hoy han perdido todo su territorio debido a los planes y programas desarrollistas y extractivistas del Estado-gobierno venezolano y, en eso vale madres la ideología del gobernante de turno.

[1] Al momento de la llegada de los españoles sobrepasaba los 20 mil kilómetros cuadrados de agua dulce por lo que era, sin duda, el más grande reservorio de agua dulce en esta parte del continente.

[2] Un macho tiburón recién nacido, puede llegar a pesar más de 5 kilos en carne; mientras que un tiburón macho de la costa Caribe ya adulto puede sobrepasar fácilmente los 20 kilos.

[3] Un grupo de jóvenes de la Universidad Rafael Belloso Chacín, realizaron un micro-documental a partir de un artículo que escribimos expresamente para Le Monde Diplomatique en español, pero que ellos terminaron cercenando, pensamos, por los compromisos de Ignacio Ramonet con el gobierno de “la revolución bolivariana”, y donde preguntábamos al lector: ¿cuánto cree usted que cuesta realmente un barril de petróleo? Los jóvenes lo convirtieron en un micro-documental en el que, el espectador, termina por comprender que eso que “izquierda” y derecha no se cansa de llamar “riqueza nacional” es el precio que han venido pagando los añuu no sólo con su espacio territorial sino con la posibilidad de existencia de sus futuras generaciones; por eso la pregunta: ¿Cuánto cree usted que cuesta un barril de petróleo?, lo que dice la Opep; lo que marca la Bolsa en Wall Street; o la muerte lenta de los añuu.

[4] Los trabajos de Impacto Ecológico, del Biólogo Carlos Bello de la Facultad Experimental de Ciencias de LUZ, lamentablemente, sólo fueron eso: estudios de impacto, produciendo modelos que demostraban el daño que produciría una explotación minera a cielo abierto aguas abajo y, en este caso, era la Laguna de Sinamaica una de las más afectadas.

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OEP Venezuela

Perfil oficial del Observatorio de Ecología Política de Venezuela

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