Cuando la extravagancia demagógica decide revivir una ceremonia despiadada: vuelve la lidia a Valencia

Francisco Javier Velasco

Observatorio de Ecología Política de Venezuela

Imagen de portada: Toro muriendo, por Pablo Picasso.


El pasado miércoles 6 de agosto de 2018, el esperpéntico Gobernador de Carabobo, Rafael Alejandro Lacava, de opulentas y continuas estadías en Europa, (el mismo que, haciendo gala de una estridente cursilería populista, se jacta de pasear en Valencia en el “Carro de Drácula”; el mismo que, en medio de una de las constantes  crisis de suministro de agua que afectan a la población de su estado, protagonizó un mediático estallido de cólera porque su piscina estaba vacía), anunció el regreso de las corridas de toros a la capital carabobeña.  En una intervención realizada ante la Asociación de Ganaderos de la mencionada entidad federal, el Sr. Lacava apeló al argumento de la tradición histórica cultural para justificar el retorno de la eufemísticamente llamada fiesta brava  (algunos también la llaman arte y deporte) como parte de la programación de las ferias que se llevarán a cabo en el mes de noviembre. Esta muy lamentable notificación hecha por el  mandatario regional, nos mueve a una reflexión que queremos compartir con ustedes.

Comenzamos por señalar que las corridas de toros son espectáculos atroces y sangrientos con ciertos elementos de orden estético que, ciertamente, desde hace siglos se llevan a cabo en ciertas regiones europeas como la Península  Ibérica (España y Portugal) y el sur de Francia, en un grupo de países latinoamericanos que comprende a  México, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, así como también en las islas Filipinas del continente asiático. Más que una tradición,  constituyen un ritual de matanza, una especie de “arcaísmo” de fuertes acentos antropocéntricos y especistas. Las  razones de orden cultural e histórico invocadas para defender al toreo podrían servir también como alegato  para reeditar los combates de gladiadores a la manera del circo romano.  En las corridas  se produce la tortura y la muerte a mansalva de toros para el  deleite y la distracción morbosa de miles de espectadores. Con frecuencia en ellas sufren heridas y mueren caballos. A veces  los propios toreros, también llamados matadores, resultan lesionados o sencillamente muertos. En el espectáculo taurino la muerte del toro es lenta e innecesariamente dolorosa. El argumento empleado recurrentemente por seguidores de las corridas, según el cual el torero mata al toro de manera eficiente, luce claramente cuestionable cuando consideramos que la costumbre en este espectáculo exige una agonía prolongada. Así, en una típica corrida, el toro ingresa a la arena y a él se aproximan  hombres con caballos (picadores)  cuyos ojos están vendados y lancean al toro en el lomo y el cuello, lo que le impide levantar la cabeza. Luego otros hombres ingresan a pié al ruedo  y proceden a distraer al toro mientras se mueven  alrededor y le clavan por pares banderillas (unos palos delgados con pequeños y afilados arpones en las puntas) en el cerviguillo. Cuando el toro se encuentra ya debilitado por la pérdida de sangre, finalmente aparece el matador quien, luego de provocar unas pocas cargas extenuantes por parte del animal, lo trata de matar con su espada cortándole la espina dorsal, Si falla y sólo logra mutilarlo, el toro suele quedar paralizado pero consciente. Entonces se llama a un ejecutor para apuñalarlo y causarle la muerte. Si la muchedumbre se muestra contenta con el torero, las orejas y el rabo del animal aniquilado son presentadas como trofeo. Sólo en la Península Ibérica decenas de miles de  toros mueren anualmente de esta manera tan cruel.

A  quienes esgrimen argumentos de recreación y disfrute para apoyar la actividad taurina, les podemos decir que es posible optar por otras múltiples actividades (participar en una tertulia, intimar con colegas y conocidos en un bar o café, asistir a un foro o conferencia, recorrer un museo, leer un libro,  ir al cine, al teatro o a un concierto, dar un paseo por un parque, irse de excursión, disfrutar de una estadía en la playa, visitar o recibir amistades, practicar un verdadero deporte, realizar labores de jardinería, hacer el amor, entre muchas otras) que no impliquen el absurdo sufrimiento ni la muerte de algún ser para pasar una mañana o una tarde. A quienes pudieran considerar el tópico que hemos abordado en este espacio como de poca pertinencia social, política o intelectual, algo digno de “comeflores”, les invitamos a debatir en torno a los argumentos que presentamos a continuación.

La metódica carnicería de animales, su opresión rutinaria que se expresa en el especismo, comparte estrategias comunes  al racismo, el sexismo, el clasismo, el colonialismo y cualquier otra forma de discriminación y dominación. Más aún, decimos que en ningún lugar se encuentra más desnudo el anillo de hierro de la subyugación que en el del sometimiento de los animales, que sirve de modelo y campo de entrenamiento para otras formas de opresión. Históricamente, se han buscado argumentos para  justificar determinadas formas de opresión en supuestos grados de cercanía o identificación con la Naturaleza (en particular con la animalidad) una entidad que, desde esta perspectiva,  debe ser controlada y sometida.   Así por ejemplo, la conquista de América emprendida por España contó en un primer momento con  la creencia según la cual los integrantes de los pueblos originarios de este continente no tenían alma. Otro caso que ilustra el uso de esa argumentación ha sido el de la negación de derechos políticos a las mujeres, que  ha estado fundamentada, entre otras premisas, en la idea que asocia al sentimiento con algo que domina la esfera de lo  femenino, por contraposición a  la razón que impera en el ámbito de lo masculino.  En lo que respecta al colonialismo de la segunda mitad del siglo XIX, sobran los ejemplos en los que la dominación de diversos pueblos se ha defendido apelando a definiciones y clasificaciones que los ubican en supuestos peldaños inferiores de la evolución biológica y  también social.

Es posible identificar en los casos de opresión de animales  algunas estrategias básicas que operan de manera similar a la opresión de las mujeres, las minorías étnicas, los grupos y clases subordinadas. Una de ellas refiere a la matanza de animales para la obtención de ganancias en el juego;  citemos como ejemplo el caso de las peleas de gallo o el rodeo. Se trata de la dominación por la fuerza. Otra es la domesticación de animales para que ejerzan labores de carga. Esto es la dominación mediante la esclavización. Una tercera es la doma de animales con el propósito de proveer los “beneficios” psíquicos del control del amo sobre la mascota.; esta es la dominación a través del engaño. Estamos conscientes de que  que algunos argumentos quedan fuera de este texto, pero creemos que lo escrito resume los más importantes y, tal vez, puedan aportar una modesta contribución al propósito que se han trazado diferentes grupos y personas de activar en nuestra sociedad sensibilidades y visiones del mundo proclives al respeto hacia los animales y la Naturaleza en general.

Ya finalizando y volviendo al tema del intenso Gobernador Lacava, pensamos que, desvaríos aparte, debería aprovechar sus frecuentes y prolongadas visitas a la ciudad de Barcelona, donde él y su familia frecuentan una vida de lujos, veraneos, colegios privados, excursiones a la Costa Brava y a la nieve, para involucrarse con el movimiento ciudadano que en 2016 logró la prohibición de las corridas de toros en tierra catalana…Tal vez se le pegue algo.

Autor

Francisco Javier Velasco

Antropólogo y Ecólogo Social. Doctor en Estudios del Desarrollo, Maestría en Planificación Urbana mención ambiente, Especialización en Ecodesarrollo, profesor investigador del CENDES UCV.

Ver todos los artículos de Francisco Javier Velasco

Compartir

Categorías

Etiquetas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *