Una mirada ecofeminista sobre los feminicidios

La #EmergenciaFeminista en clave Ecopolítica

Liliana Buitrago Arévalo

Observatorio de Ecología Política de Venezuela

“Para mí la espiritualidad es el conocimiento de que todo está interconectado, por lo que debe ser respetado, no debe ser violado. Es por ello que la violencia contra las mujeres está mal y todo aquel sistema que reconozca la interconexión es ecológico y espiritual en el sentido de que no reduces todo a la materia”

 Vandana Shiva

Cada 24 horas pienso en las posibilidades de vida, hago varios ciclos, tengo rituales, lloro un poco, río, abro mi red y me relaciono con la ellas, con las hijas, las madres, las amigas, las amantes, las vecinas. Cada 24 horas, pienso en sus heridas, en las mías; no una sola, sino varias veces. Pienso en los partos, en las lunas, en las soledades, en la juntadera, en los secretos. Cada 24 horas abro y cierro los ojos, me lleno de orgasmos, limpio los pensamientos, le saco polvo a uno que otro sueño, me escribo para no olvidarme, canto un poco también. Y pienso ¿Quién fue hoy? ¿Por qué hoy? ¿Hasta cuando?

Este año que pasó han sido por lo menos, que sepamos, una mujer o una niña asesinada casi por cada día. A pesar que el Ministerio Público no publica cifras oficiales desde 2016, en Venezuela cada 24 horas a las mujeres nos despojan de la vida. Desde que comenzó el 2020, una por día, así lo denuncian compañeras que como yo se levantan pensando ¿Quién nos falta? y buscan el dato, indagan la noticia. Estamos en emergencia.

El feminicidio[1] está instalado en nuestras páginas diarias de prensa, en las redes sociales, llama lectores y a veces me pregunto ¿Qué piensan mientras leen?

Se instaló en la casa de al lado y aún no lo sé. Se instaló en la calle contigua, en el colegio al cruzar mi calle y no logro predecirlo. Se instaló en la torre de oficinas públicas que diviso mientras camino – y por donde paso cada 24 horas –  y no lo distingo. Esta instalado desde hace tanto que no logro saber si está en mi casa. Cierro bien la puerta, camino con precaución. Si lo encuentro en las próximas 24 horas, que no lo encuentre sin indiferencia, que me siga indignando y mi rabia se haga multitud para vencerlo.

Cuando me veo al espejo cada 24 horas me pregunto ¿Cómo pudimos llegar a valerle menos al Estado, a los hombres? ¿Por qué siguen violentándonos en forma simbólica, física, sexual, laboral, psicológica, patrimonial o económica[2]? ¿Cómo se ve la vida desde las manos de un violador? Como ecofeminista me cuestiono ¿Qué es la vida cómo mujer – y también como hombres- hoy ante esta emergencia? ¿Cómo explicar la dimensión ecológico-política profunda que le es propia a la emergencia que confrontamos?

Parte de mis respuestas están en las valoraciones sobre la vida y la naturaleza que subyacen a las formas de construir lazos sociales; y que son más o menos apreciados por la sociedad, en tanto entran o no en la lógica productivista, económico-céntrica, heteronormada, patriarcal que organiza la vida moderna.

Sobre estas formas de valoración de la vida han escrito mujeres como, Alicia Puleo,  María Mies y Vandana Shiva, entre muchas otras. A estas formas podemos colocarlas en forma de principios sobre la organización del mal vivir o del mal desarrollo en palabras de Vandana Shiva (1995), pues su lógica es la de la muerte y profundización del conflicto capital-vida. Son parte de la arquitectura que subyace a procesos de subjetivación, de la política, sobre las formas de intercambio que establecemos, del cómo nos alimentamos,  y sobre los cuerpos y los despojos a los que nos someten a naturaleza y mujeres, entre muchas otras cosas que instituyen el vivir. Hay dos de estos principios que son arrasadores de la vida y que me hacen contestar más de un por qué.

El primero de ellos parece un principio omnipresente: La naturaleza es colonizable y por lo tanto lo son los cuerpos de las mujeres. Hay una relación naturalizada, hecha sentido común, entre mujeres y naturaleza: “la Mujer ha sido naturalizada y la Naturaleza ha sido feminizada”(Puleo, 2009). Ello implica que la mujer es responsable por la reproducción de la vida de forma asociativa “natural” y por ello, en tanto la naturaleza es una cosa a dominar y colonizar, sus cuerpos son igualmente deseados bajo esta racionalidad colonial. La lógica de mercantilización de la vida que se da igualmente sobre naturaleza y los cuerpos de las mujeres llevan a la cosificación de los mismos, ver los cuerpos como cosas les permite controlarlos desvalorizarlos y poder tomar la vida de los mismos.  

Igualmente para hacer efectiva esta colonización, como ocurre con la biodiversidad, se necesita un seccionamiento de los ecosistemas en partes apropiables. La biodiversidad depende de la comunidad en una red de relaciones de inter y eco dependencia (esto implica a mujeres y hombres como parte interconectada de la naturaleza). Por ello sobre las mujeres ocurren, por ejemplo, operaciones de privatización de su vida afectiva sexual. Su cosificación y apropiación depende de la ruptura del equivalente antropocentrado de los ecosistemas: la comunidad.

Un ejemplo es cómo ciertas formas de relacionamientos sexoafectivos entre hombres y mujeres atentan contra la conformación de comunidad necesaria para la defensa de la vida de las mujeres bajo esta situación de emergencia. La comunidad es parte de la red de apoyo en situación de vulnerabilidad para las mujeres. Sin embargo esta comunidad busca romperse en las formas de construcción relacionales bajo lo que Brigitte Vasallo (2018) llama el amor Disney en referencia al amor romántico[3]. Las mujeres terminan en sus relaciones de pareja impedidas por el otro para construir vínculos afectivos de sororidad y solidaridad con su comunidad, identificando en las mujeres enemiga y dando una prioridad jerárquica nociva a su relación sexoafectiva heteronormad. Ello conlleva en el hombre a reafirmar este deseo tóxico de propiedad sobre el cuerpo de las mujeres y de reaccionar violentamente, incluso con la muerte, si se rompiese el vínculo que lo ata a “su” cuerpo-mujer, el cuerpo de la otra-cosa sin valor.

Cuando además se suma a la comunidad y su tejido de relaciones el territorio, se hace evidente cómo el deseo de poseer el territorio es deseo por sus cuerpos[4] y vidas, en especial de las mujeres y todo grupo que sea considerado feminizado, es decir vinculado al mundo natural como pasa con los pueblos indígenas; o con comunidades campesinas cuyo trabajo de reproducción para la vida es deslegitimado a favor del desarrollo, en especial si no hacen uso de formas de cultivo agroindustriales extensivas.

De esta forma se impone un segundo principio que instruye: Para desarrollarnos hay que incrementar nuestras capacidades productivas masculinas e inmersas en el mundo de la economía realque son las que mayor valor tienen. Hay una profunda y permanente desvalorización sobre la mujer y las tareas de subsistencia que recaen sobre ellas de forma socialmente construida; por cierto, actividades en su mayoría de menor huella ecológica[5] que las superiores creadoras de riqueza bajo el paradigma productivista, como señala Marcellesi (2014).

Esta desvalorización, que se enmarca en una crisis civilizatoria,  ha generado una crisis de los cuidados, de la reproducción social, como lo señala Pérez Orozco (2012): “el conjunto de expectativas de reproducción material y emocional de las personas que [al resultar] inalcanzables, pueden, a menudo, derivar lisa y llanamente en muerte, como ocurre con la crisis alimentaria” y con la vida de las mujeres, agregaríamos.

Esta crisis de los cuidados afecta principalmente a las mujeres y esta imbricada con la crisis ecológica global ( Herrero, 2018; Pérez Orozco, 2012; Marcellesi, 2014; Mies y Shiva, 1995; Puleo, 2009; Shiva, 2010) puesto que la satisfacción de las necesidades, por ejemplo del hogar, de crianza, de producción de alimentos, entre otras condiciones imprescindibles para la vida recae sobre las mujeres y niñas. Problemas como la desertificación, la pérdida de biodiversidad, las sequías, inundaciones o desmovilizaciones climáticas o por desposesión, provocan escasez afectando las dinámicas familiares y generando formas de violencia que pueden escalar en feminicidios. Esto ocurre tanto por la precarización de condiciones para la reproducción de la vida, que incrementa la violencia intrafamiliar o por el avance violento de corporaciones y estados por los bienes naturales[6].

Hay una clara interconexión entre género y sostenibilidad, por lo tanto esta relación puede ser construida en relación al desarrollo, al capitalismo y las diversas formas de despojo y a las posibilidades de interpretar la intensificación y escalada de la violencia de género, en el marco de una crisis civilizatoria global y ecológica.

La crisis actual en Venezuela, como la de muchos países, no es sólo una crisis de producción, es una crisis de sostenibilidad de la vida que requiere de un debate ético sobre las formas de vida que sostenemos y cómo las valoramos. “Al abrir el debate ético sobre qué vida merece la pena ser sostenida, qué entender por buen vivir, partiendo del reconocimiento de la vulnerabilidad, la interdependencia y la ecodependencia, hemos de adentrarnos en numerosas cuestiones”, “La crisis actual muestra la imposibilidad de este sistema para generar vidas vivibles” (Pérez Orozco, 2012).

Luego de otras 24 horas es posible que un nuevo principio se me haga una bofetada en otra primera página o noticia con rostro de mujer. Trato de aprender cuáles son las interconexiones que aún no debatimos lo suficiente entre feministas, ecologistas, campesinxs, organizaciones, maestrxs, padres, comunidades. Somos victimas todxs de una herida que se ensancha a medida que se comprende.

Herrero Amaranta (2018). Conexiones entre la crisis ecológica y la crisis de los cuidados. En Ecología Política. Cuadernos de debate internacional Entrevista a Yayo Herrero López. Disponible en: https://www.ecologiapolitica.info/?p=10256.

Marcellesi (2014). Mujeres, naturaleza e igualdad. Disponible en:   http://florentmarcellesi.eu/2014/02/04/mujeres-naturaleza-e-igualdad/

Mies, M., & Shiva, V. (2014). Ecofeminismo: teoría, crítica y perspectivas. Icaria.

Pérez Orozco, A. (2012). De vidas vivibles y producción imposible. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144215

Puleo, A. (2009). Ecofeminismo: la perspectiva de género en la conciencia ecologista. Claves del ecologismo social, 169-172. Disponible en: https://ecopolitica.org/ecofeminismo-la-perspectiva-de-genero-en-la-conciencia-ecologista/

Shiva, Vandana (2010). Diálogo sobre Ecofeminismo con Vandana Shiva. Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer mundo. Quito.

Shiva, V. (1995). Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo. Cuadernos inacabados, (18). Disponible en: https://agua.org.mx/wp-content/uploads/2017/04/abrazar-la-vida-mujer-ecologc3ada-y-desarrollo.pdf

[1] Femicidio es un término acuñado por primera vez  en 1976 por Diana Russell y Jill Radford en su obra Femicide. The Politics of Woman Killing. Marcela Lagarde lo ha traducido y reformulado como feminicidio para incluir el análisis de la construcción social de la violencia y la responsabilidad del Estado sobre los homicidios perpetrados a mujeres y niñas por razones de género.

[2] La Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia en Venezuela tipifica  21 tipos de violencias

[3] Algunos recursos y entrevistas a la autora: Desmontamos el amor Disney con Brigitte Vasallo. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=YcL_pIJZhu0 . Brigitte Vasallo: «El relato idílico del amor hace que nadie reconozca lo tóxico de sus relaciones». Disponible en: https://www.lamarea.com/2018/11/03/brigitte-vasallo-relato-idilico-amor-toxico-relaciones/

[4] Un cuerpo como lo señala Vandana Shiva (2010) inerte, aislado de la razón, despojado de su experiencia. Hay una escisión entre el cuerpo y la experiencia. La experiencia del cuerpo no es parte de “la razón“. De esta manera la relación entre cuerpos y naturaleza que abarca todo un conjunto de experiencias desde el cuerpo pierde posibilidad de comprensión.

[5] A menos que impliquen altos grados de tecnologización de la vida.

[6] Sobre la sumisión de los estados a los intereses del mercado, como etapa actual de la crisis en la que estamos, Pérez Orozco, al analizar el caso español, señala: “En definitiva, tienden a desaparecer los ya de por sí insuficientes mecanismos colectivos para garantizar el acceso a condiciones de vida dignas en términos de universalidad e igualdad, y en desfachatado contraste se refuerzan los mecanismos que colectivizan la responsabilidad de garantizar la generación de tasas de ganancia suficientes para el capital. Es un ataque directo a los procesos de sostenibilidad de la vida. Y aquí sí ya, con toda contundencia, podemos y debemos hablar de crisis”

Liliana Buitrago

Autor

Liliana Buitrago

Investigadora, docente y artivista ecofeminista. Magister en Lingüística. Hace parte del ℙ𝕒𝕔𝕥𝕠 𝔼𝕔𝕠𝕤𝕠𝕔𝕚𝕒𝕝 𝕖 𝕀𝕟𝕥𝕖𝕣𝕔𝕦𝕝𝕥𝕦𝕣𝕒𝕝 𝕕𝕖𝕝 𝕊𝕦𝕣. She/her

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