Algunas breves consideraciones sobre pandemias y salud en tiempos del antropoceno: de lo humano a lo planetario

Imagen de Portada : Ilustración Giovanni Tazza

Durante un relativamente corto período de la historia humana hemos visto la emergencia y expansión de una sociedad industrial-tecnológica adicta al crecimiento que ha alcanzado su “éxito” a costa de la vitalidad de la Tierra. La capacidad productiva del sistema llamado capitalismo (así como la de aquellas configuraciones societales que en el siglo XX adoptaron por un tiempo un rumbo denominado socialismo), ha producido una gran riqueza material para algunos, pero también ha generado contaminación a escala global, un cambio climático negativo y la extinción masiva de especies. Al mismo tiempo, ha empobrecido y corrompido muchos de los esfuerzos que se han hecho para armonizar la aventura humana con los sistemas de vida del planeta.

Se han desencadenado dinámicas exponenciales en todos los frentes: emisión de gases de efecto invernadero en proporciones gigantescas, masificación del uso de energías fósiles, consumo desequilibrado del agua, degradación acelerada de suelos, deforestación, erosión profunda de la biodiversidad, dispersión indiscriminada de productos tóxicos o ecotóxicos. Hablamos de todo un conjunto de impactos y dinámicas que configuran lo que hoy es la condición humana, la irreversibilidad de las modificaciones que afectan la totalidad de la vida, incluida la vida humana. Trátese de la escala de los microorganismos, de los océanos o de aquella correspondiente a las vastas extensiones de nuestras tierras agrícolas, las actividades humanas han ejercido un impacto innegable en el Sistema Tierra, interfiriendo peligrosamente en los metabolismos geológicos y atmosféricos, configurando o dando pie a lo que se ha dado en llamar Antropoceno: la larga duración de una época geológica y no en un simple período de “crisis ecológica” que sería, por definición pasajero.

Ver también: Dilemática del antropoceno: ¿catástrofe, tecnomutación o proyecto emancipatorio?

Los cambios de largo alcance en la estructura y función de los sistemas naturales de la Tierra representan una creciente amenaza a la salud humana y a la salud de los ecosistemas. Pese a que, paradójicamente, no pocos indicadores de salud han mejorado en más de un siglo, la explotación indiscriminada de la trama de vida y sus ámbitos de sustento (reductoramente denominados “recursos naturales”) ha conducido a la actual civilización globalizada a una situación de confrontación con muy serios efectos en la salud. Existe una relación significativa entre la distribución espacial del riesgo global del clima y la contaminación tóxica del aire, el agua, la suciedad y los productos químicos. Los países que en su mayoría se encuentran en peligro de ser afectados por los shocks del cambio climático son, por lo general, los mismos países que hacen frente a los mayores riesgos de contaminación tóxica. Hay una interconexión intensa entre la distribución espacial de los ambientes tóxicos, la mortalidad total causada por la contaminación y el riesgo climático

La crisis actual que nos afecta debido a la pandemia del Covid-19, no es la primera experimentada por el mundo. Ha sido una situación recurrente en el último medio siglo, con una extensa lista de epidemias que van incluso más atrás en el siglo XVIII. Se ha hecho evidente que cada una de las causas se relaciona de manera directa o indirecta con los patrones hegemónicos que orientan las relaciones sociedad-naturaleza, con responsabilidades diferenciadas en Estados, corporaciones, sectores de población, grupos sociales, instituciones y organizaciones, repartidas en distintos niveles. La tragedia del Covid-19 puede y debe leerse como el terminum temporal de una larga trayectoria de enfermedades y sufrimientos desatados en la esfera en la que se cruzan los humanos con otros seres vivos, por un modo de vida insustentable asociado a  un sistema tecnológico y productivo violento. Covid-19, Ébola, Gripe Española, H1N1, H5N1, virus Nipah, etc., no son excepciones recientes sino las enésimas manifestaciones de una degradación patógena de nuestros medios de vida.

El virus no es más que el último en el tiempo de nuestros espectros domésticos ligados al deterioro de la capa de ozono, las emisiones crecientes de CO2, las radiaciones atómicas, la acidificación de los océanos, la proliferación de transgénicos,entre muchos otros. Con la pandemia, tal y como ocurre con las canículas, los super-incendios que han devastado la Amazonía, Siberia, Australia y los bosques de California, o las alzas inéditas de temperatura que derriten el permafrost en Groenlandia o las inundaciones que afectaron gravemente a ciudades alemanas y belgas hace algunas semanas, nos confrontamos con una dislocación continua de los hábitats que torna inquieto, vulnerable y nervioso el espacio que considerábamos apacible, controlado y confortable de nuestra “casa”, nuestro hábitat y nuestro planeta. La casa tiembla y comienza a derrumbarse sobre nuestras cabezas, esa casa que es el resultado complejo, refinado, dinámico, frágil y efímero de una mezcla de formas de vida heterogéneas e interrelacionadas.

Ver también: El dilema de la vacuna: Pandemia, Antropoceno y reinserción social en la biósfera

Toda enfermedad, corporal o mental, necesita ser curada a partir del contexto que la produce, en lugar de ser “solucionada” mágicamente y únicamente en sus manifestaciones locales. Debe ser comprendida en la perspectiva de una ecología de la salud que vincula al animal humano a diversas escalas, entre ellas la que corresponde al “estado mundial”. Ciertamente, en el caso de la pandemia del Covid-19 resultaba importante desarrollar rápidamente vacunas eficaces y no peligrosas, de la misma manera que era necesario montar hospitales o centros de salud temporales, pero ¿Podemos esperar realmente atajar esta y otras epidemias (y los problemas ambientales asociados a ellas) únicamente con medidas puntuales, sectoriales y apresuradas? En este sentido el Covid-19 no se aleja mayormente del cáncer cuyo aumento exponencial a lo largo de las últimas décadas (otra verdadera pandemia) demanda al menos desarrollar tantas estrategias terapéuticas eficaces (y no mercantiles) como reflexiones sobre las condiciones de vida responsables de la pandemia para transformarlas.

A una biodiversidad amenazada y trastocada, o en trance de alcanzar umbrales críticos en diferentes esferas, conviene restaurarla de manera coordinada y con el propósito de prevención que asegure las condiciones de salud entendida en un sentido amplio, global y no exclusivamente humano. En consecuencia, las políticas sectoriales que solo buscan reducir los impactos sin tocar lo medular del sistema son insuficientes. La visión de un mundo ilimitado en materia de “recursos”, la compartimentación de políticas y acciones que abordan los problemas de manera aislada, asumiendo dogmáticamente la creencia en la capacidad de salvarnos con la ayuda principal y exclusiva de las nuevas tecnologías, no se corresponde con la realidad.El desarrollo de visiones e incidencias sistémicas es la respuesta a una crisis sanitaria y ambiental que también es sistémica. Es la condición necesaria para reducir significativamente el riesgo de futuras pandemias y abordar con éxito las consecuencias catastróficas del Antropoceno. Hace falta desechar la gestión vertical de los medios vivos (humanos y no humanos) cuyo equilibrio complejo y local está sometido a una explotación reductora, que opera a través de la violencia, de acuerdo a racionalidades e intereses diametralmente opuestos a la perpetuación de la vida.  Reconocernos como parte del Sistema Tierra, y no como el ombligo del universo, es una necesidad imperiosa para generar cambios radicales en nuestros modos de existencia que nos permita reducir la acelerada incidencia de pandemias y así disponer de medios más adecuados para enfrentar sus consecuencias. Ocuparse de sanar lo vivo no humano en toda su globalidad y diversidad es una tarea imprescindible si de verdad queremos mejorar la salud humana en el Antropoceno. Nuestros conocimientos científicos en el campo de la medicina, reforzados por los relativos a los ecosistemas, en una perspectiva transdisciplinaria y en diálogo abierto con otros saberes, nos permiten afirmar esto. Esta constatación, de consecuencias epistemológicas, éticas y médicas mayores, deben ser tomadas en cuenta a partir de ahora con el propósito de promover una transformación urgente de nuestros valores y prácticas que esté basada en el reconocimiento de nuestra interdependencia con la biósfera. En este sentido, con un enfoque holístico de la salud se pueden enfrentar los efectos del cambio climático y el colapso de la biodiversidad impulsando soluciones y tales como el abandono progresivo del extractivismo, la puesta en práctica de sistemas alimentarios y agrícolas resilientes que permiten, simultáneamente, luchar contra la desnutrición y la sobre nutrición, reducir drásticamente los desechos, diversificar los regímenes alimentarios, pechar progresivamente las actividades contaminantes, minimizar los daños ambientales y favorecer de manera prioritaria la regeneración de los ecosistemas

Autor

Francisco Javier Velasco

Antropólogo y Ecólogo Social. Doctor en Estudios del Desarrollo, Maestría en Planificación Urbana mención ambiente, Especialización en Ecodesarrollo, profesor investigador del CENDES UCV.

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